Despierto a
las 8 y 15 minutos de la mañana, ojeroso, con una sensación de ansiedad que me
rompe el pecho, con un profundo dolor de garganta y una tos que revienta el corazón,
los ojos aturdidos por la luz que cae desde la claraboya, “el desayuno esta
servido”, gritan desde la cocina, bajo a ciegas, me siento en el comedor y paso
los bocados con desgana uno tras otro, el ultimo sorbo de café me quema y en mi mente exclamo, “puta vida”.
Luego me
conecto a mi cuenta y dos o tres personas me saludan, ¿hey?, ¿Qué tal el
finde?, ¿ya tienes chica?, ¿has conseguido empleo?, deberías llevar una hoja de vida, deberías visitarme
de vez en cuando, que perdido andas; Mierda, a veces las personas creen que
conocerme es estar en deuda con ellas, que debo saludarlas, que debo
preocuparme por sus vidas, todo eso me cansa , como los helados en el centro comercial,
como las parejas que se compran la misma sudadera adidas y pasean el perro, como
sus prejuicios que huelen las botas de
mi pantalón y como olvidar a esos que fueron mis amigos y me mandan correos estúpidos,
los que sudan cuando me ven en algún bar y sienten la necesidad social de
saludarme.
Los concesionarios,
las zapaterías, los restaurantes, los bares, las citas a ciegas, las llamadas
perdidas, los políticos, los artistas llenos de ego, las modelos, los
prisioneros, los ladrones, los escritores, los buenos y los malos, los héroes y
villanos, todo esperando un bus, todos sobreviviendo, todos soportándose, soportándome
y soportándonos.
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